BLOG DEL DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA DEL IES BAJO ARAGÓN (ALCAÑIZ)

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martes, 18 de noviembre de 2008

El último 31 de octubre

La noche era fría y húmeda pero en la pequeña sala los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente.
Yo presentía que aquel 31 de octubre de 1934 algo espantoso iba a ocurrir, sentado en la gran butaca de mi reducido salón meditaba, y, tras un profundo suspiro dejaba deslizar un trago de vino por mi garganta. Leyendo a la vez un libro titulado: “Nieves del infierno”.
Mi concentración era máxima, pero de vez en cuando me asaltaba la imagen de la muerte de mi compañero de trabajo.
Mientras trabajábamos en el laboratorio con nuestras composiciones químicas, le saltaron sobre el pecho unas gotas de ácido mortal, y a los dos segundos su cuerpo quedó reducido a los huesos.
A veces, el miedo me invadía, ya no me apetecía ir a trabajar, y de mi cabeza manaban miles de pensamientos locos y pésimos. Necesitaba tomar el aire. Salí y caminé por la senda de antiguas piedras que conducía al cementerio.
A mi derecha y a mi izquierda crecían cipreses que me llegaban hasta los hombros.
La espesa niebla, el cementerio que había a mi ardedor, y ver como mi casa se alejaba en la penumbra, hacían de aquella una situación normal para un hombre solitario, triste, y apagado como yo.
Seguía paseando cuando algo me llamó la atención. Era una lápida, y parecía antiquísima, estaba rota y se podía ver el moho y los hierbajos crecer sobre ella. En ésta ponía 4.X.1894 – 31.X.193. Luego estaba escrito ¡mi nombre! Me aterroricé. Noté que la sangre se helaba en mis venas, y como me ponía pálido. Acto seguido me desmayé.
Me desperté. Recuperé la conciencia, y vi una extraña figura. Enseguida supe que no era la de un hombre; era de una mujer, pero no una mujer cualquiera, era una bruja.
Sin prestarle la menor atención, ya que mi estado de inconsciencia no había desaparecido del todo, miré mi reloj. Eran las doce menos veinte. Casi se me salen los ojos de las órbitas, en teoría, faltaban veinte minutos para mi desaparición. ¿¡Qué iba a ser de mí!?
Escuché una voz; y se dirigía a mí, era aquella bruja, que me decía:
- Soy Jeyneka vengo a proponerte que te unas a nosotros, brujas y brujos del más allá. Si te niegas, morirás en veinte minutos y si afirmas, tendrás que vender tu alma al diablo, adorarle y vivir haciendo el mal.
¡NO! No estaba, dispuesto a hacer daño a la gente; ni a adorar a lo que más odiaba, y, sobre todo, me negaba rotundamente a vender mi valiosa alma a Belcebú, al demonio.
Pero, ¿Qué pasaba si n o lo hacía? Tenía que decidirme, y pronto. De momento acepté, esperaba tener una idea para escapar de aquello, y, además, no me apetecía morir, no.


¿Fin?

Rosa Carmen Bono Velilla. 1ºB.


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