BLOG DEL DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA DEL IES BAJO ARAGÓN (ALCAÑIZ)

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martes, 18 de noviembre de 2008

ASESINATO EN LA PENUNBRA

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Allí, en frente de la calurosa chimenea había un gran sillón rojo del que sobresalía una misteriosa y estirada sombra que no paraba de reír a grandes y malévolas carcajadas que retumbaban en toda la mansión.
De pronto, la sombra paró de reír y se levantó de un salto del sillón, cogió la copa de la mesilla y comenzó a andar dando vueltas por aquella sala. Entonces, aún nadie sabía el porqué de tales carcajadas, pero pronto se sabría todo.
Desde hacía ya unas semanas, George H. McWalls había estado investigando a aquel misterioso individuo y en esos momentos se dirigía hacia su mansión.
Ésta estaba situada en lo alto de una gran montaña a la que había difícil acceso. Por sus frías paredes de piedra no paraban de miles de gotas de agua y sus altas torres hacían de pararrayos en las fuertes tormentas.
McWalls se agarró la chaqueta y dando pasos seguros se dirigió hacia la gran puerta, que abrió con un fuerte portazo. Desde la amplia entrada se oían perfectamente los pasos inseguros del misterioso individuo, por lo que McWalls dirigió hacia el sonido, hacia la verdad. Al entrar en la sala, McWalls no tardó ni un segundo en hablar.

- ¡Fuiste tú! No lo niegues, lo sé todo. Al principio nada tenía sentido, pero ahora todo encaja y el puzzle está terminado.
De nuevo, la sombra empezó a reír, pero pronto paró y, orgulloso de sus actos lo confesó todo.

- Sí, fui yo. Yo lo hice, yola maté. Pero me alegro. Tendrías que haberme visto todas las largas tardes trazando un plan, pero fue fácil. Ella estaba allí, en la cocina, preparando la comida como siempre. Entonces me acerqué sigilosamente por detrás, ella se giró y antes de que nadie se diese cuenta, al cuchillo se había clavado en su tripa. Todo había acabado, pronto su cuerpo se desangraría y ya nadie me molestaría, Más tarde tiré su cadáver al lago y limpié los restos de sangre.
- Pero, ¿por qué?- dijo McWalls.
- Sigues sin entender nada. Todo esto, era suyo, si ella moría sería mío, mío y sólo mío. Y ahora por fin lo es.

Pronto llamaron a la policía y se llevaron al asesino al manicomio. Pero, ¿estaría allí para siempre?
LAURA HERRERO. 1º A.

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