BLOG DEL DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA DEL IES BAJO ARAGÓN (ALCAÑIZ)

UN BLOG PARA PENSAR, CREAR Y APRENDER

viernes, 9 de enero de 2009

SOMBRAS EN EL CAMINO

Eran las seis de la mañana, y como todas las mañanas de mi humilde vida de campesina me levanté para hacer las tareas del hogar.
Tenía doce años, mi madre había muerto hacía un par de años atrás y mi padre se halaba en cama por una grave enfermedad por aquel entonces casi intratable. Pero ese dieciséis de abril de mil seiscientos cuarenta y ocho el médico del pueblo vendría a ver a padre, por lo que ambos teníamos una vaga esperanza de que aquel anciano mercader que era padre pudiera seguir sacando adelante a esa familia hasta que yo encontrara marido y me fuera de casa, y aún así ninguno de los dos creía que eso fuera posible. Yo aún era una niña y aunque padre no muriera, no se le veía capaz de aguantar mucho más.
Una hora, dos horas, tres horas… El tiempo pasaba demasiado rápido ahora que sabía mi destino al comprender el de padre. Me resultaba agobiante pero tenía que alejarme de él para poder coger las cosas necesarias para mi viaje. Me dirigía a Madrid, de entonces en adelante viviría junto a mi hermano Enrique que sin padre ni madre no podía seguir. Pronto acabé y rápidamente subí las escaleras hasta la pequeña habitación en la que se encontraba padre. Pero ya era demasiado tarde. Sus ojos se habían cerrado para siempre y su corazón no volvería a latir. También era demasiado doloroso, pero entonces y asimismo ahora, sabía que quedarme allí a llorarle solamente serviría para retrasar mi viaje y conseguir pasar la noche en la nada.
Cabalgué durante horas parándome un par de veces. La yegua tenía que descansar y yo necesitaba comer algo. Pero los bonitos paisajes me distrajeron consiguiendo sumergirme en mis pensamientos como ya habían hecho tantas veces antes, hasta que me di cuenta de lo tarde que era. Y no solo era tarde por la hora, mi yegua había conseguido desatarse y al girarme solo encontré el verde prado mecido por el viento. Estaba totalmente vacío. ¿Cómo iba ahora a llegar a la ciudad? Estaba lejísimos de ella y nadie pasaba por el camino, ya que su estado era realmente nefasto.
Sin más remedio comencé a andar a un paso lento. El viento soplaba ahora fuertemente y la arena del camino se levantaba hasta impedirme ver más allá de un metro.
Anocheció, cada vez veía peor. En ese momento algo se movió entre los escasos árboles, una siniestra sombra que parecía querer esconderse de mí. No me molestaba que esta no quisiera saber mí, ya que yo tampoco deseaba advertir nada más de ella. Pero aún así cada vez se oía más cerca e inevitablemente mis pies se movían más rápido como acto reflejo ante aquel miedo que los ruidos y sombras provocaban en mí. Este cesó durante un instante para aparecer detrás de mí más tarde. Afortunadamente un carruaje pasó en ese momento. Conseguí pararlo y el amable hombre que lo conducía accedió a llevarme hasta Madrid. Nunca más he vuelto a pasar por ese camino, del que ahora se dice que un embrujo vaga sobre sus tierras.
LAURA HERRERO 1º A.

No hay comentarios: